sábado, 24 de mayo de 2014

Los adormecedores. (Mijaíl Bakunin)

La asociación internacional de los burgueses democráticos, denominada Liga internacional de la Paz y de la Libertad, acaba de lanzar su nuevo programa, mejor dicho un grito de zozobra, un llamamiento muy conmovedor a todos los demócratas burgueses de Europa, suplicándole que no la dejen fallecer por falta de medios. Le faltan varios millares de francos para seguir publicando su periódico, para acabar el boletín del último congreso y para posibilitar la reunión de un congreso nuevo, de ahí que el Comité central, menguado en extremo, ha acordado abrir una suscripción, invitando a todos los simpatizantes y seguidores de esta Liga burguesa tengan a bien demostrar su simpatía y su fe, remitiendo, por cualquier motivo, la mayor cantidad posible de dinero.
Al leer esta nueva circular del Comité central de la Liga uno cree oír a moribundos que se esfuerzan por despertar a muertos. No hay un pensamiento viviente, nada sino la repetición de frases remachadas y la expresión impotente de deseos tan virtuosos como estériles que la historia ya condenó desde hace mucho tiempo por ser de una desoladora impotencia. Y sin embargo hay que reconocer una verdad a la Liga internacional de la Paz y de la Libertad porque reúne en su seno a los burgueses más avanzados, más inteligentes, mejor dotados y más generosamente dispuestos de Europa, desde luego con la excepción de un grupito de hombres que si bien nacieron y se criaron en la clase burguesa, en cuanto comprendieron que la vida se había retirado de esta clase respetable, que ya no tenía ninguna razón de ser y que no podía seguir existiendo sino en detrimento de la justicia y de la humanidad, quebraron cualquier relación con la Liga. Y dándole la espalda se pusieron resueltamente al servicio de la gran causa de la emancipación de los trabajadores explotados y dominados hoy por hoy por esta misma burguesía.
¿Cómo es posible por tanto que dicha Liga que cuenta tantos individuos inteligentes sabios y sinceramente liberales en su seno manifieste en la actualidad una tan gran pobreza de pensamiento y una evidente incapacidad de querer, de actuar y vivir?
Esta incapacidad y esta pobreza no provienen de los individuos sino de la clase entera a la que éstos tienen la mala suerte de pertenecer. Esta clase, la burguesía, como cuerpo político y social, tras rendir servicios eminentes a la civilización del mundo moderno, está hoy en día históricamente condenada a morir. Es el único servicio que puede prestar a la humanidad que tanto tiempo sirvió con su vida. Y no quiere morir. Esta es la única causa de su tontería actual y de su vergonzosa impotencia que caracterizan en la actualidad cada una de sus empresas políticas, nacionales como internacionales.
La Liga muy burguesa de la Paz y de la Libertad quiere lo imposible: quiere que la burguesía siga existiendo y al mismo tiempo sirviendo al progreso. Tras muchos titubeos y haber negado en el seno de su Comité, hacia el fin del año 1867 en Berna, la misma existencia de la cuestión social; tras rechazar en su último congreso, con el voto de una inmensa mayoría, la igualdad económica y social, por fin consiguió comprender que ya es totalmente imposible dar a partir de ahora un paso adelante en la historia sin resolver la cuestión social ¡y sin que triunfe el mismo principio de la igualdad! Su circular invita a todos los integrantes a que cooperen activamente en cuanto pueda acelerar el advenimiento del reino de la justicia y de la igualdad. Pero al mismo tiempo hace este planteo: “¿Qué papel debe tomar la burguesía en la cuestión social?”.
Y ya le habíamos contestado. Si realmente ella desea prestar un último servicio a la humanidad; si es sincero su amor por la libertad real, o sea universal y completa e igual para todos; si quiere, en una palabra, dejar de ser la reacción, sólo le queda cumplir con un único papel: morir con gracia y cuanto antes.
Entendámonos bien. No se trata de la muerte de los individuos que la componen, sino de su muerte como cuerpo político y social, económicamente separado de la clase obrera.
¿Qué es hoy en día la expresión sincera, el único sentido, el único objetivo de la cuestión social? Como lo reconoce el mismo Comité central es el triunfo y la realización de la igualdad. Pero ¿acaso no es evidente, entonces, que la burguesía debe perecer, puesto que su existencia como cuerpo económicamente separado de la masa de los trabajadores implica y produce necesariamente la desigualdad (1)?
Por mucho que se acuda a todos los artificios de lenguaje, que se embrollen las ideas y las palabras y sofistique la ciencia social en provecho de la explotación burguesa, todos los espíritus con juicio y que no tienen interés en engañarse comprenden hoy en día que mientras haya, para cierto número de hombres económicamente privilegiados, una manera y medios particulares de vivir, que no son los de la clase obrera; mientras haya un número más o menos considerable de individuos que hereden, con diferentes proporciones, capitales o tierras que no habrán producido por su propio trabajo, en oposición a la inmensa mayoría de los trabajadores que no heredará nada en absoluto; mientras el interés del capital y la renta de la tierra permita más o menos a dichos individuos privilegiados vivir sin trabajar; y de suponerse aún, lo que, con tal relación de fortunas, no es admisible, de suponerse pues que en la sociedad todos trabajen, sea por obligación, sea por inclinación, pero que una clase de la sociedad, gracias a su postura económica y por ende social y políticamente privilegiada, pueda dedicarse con exclusiva a las obras del espíritu, en oposición a la inmensa mayoría de los hombres que no podrá alimentarse sino con el trabajo de sus brazos, y en una palabra, mientras todos los seres humanos que nazcan no encuentren en la sociedad los mismos medios de mantenimiento, educación, instrucción, trabajo y disfrute, la igualdad política, económica y social será para siempre imposible.
Es en nombre de la igualdad como antaño la burguesía derribó y masacró a la nobleza. Es en nombre de la igualdad como pedimos hoy ya sea la muerte violenta, ya sea el suicidio voluntario de la burguesía con esta diferencia que, menos sanguinarios que lo fueron los burgueses, queremos masacrar no a los hombres sino las posiciones y las cosas. Si los burgueses se designan y dejan hacer, no se le tocará ni a uno de sus cabellos. Pero peor para ellos si, olvidando la prudencia y sacrificando sus intereses individuales a los intereses colectivos de su clase condenada a morir, se ponen en contra de la justicia a la vez histórica y popular, para salvar una posición que dentro de poco ya no será sostenible.
(L’Egalité, N° 23, 26 de junio de 1869)
II
Una cosa que debería hacer reflexionar a los partidarios de la Liga de la Paz y de la Libertad, es la situación financiera miserable en que dicha Liga, tras unos dos años de existencia, se encuentra hoy por hoy. Que los burgueses demócratas más radicales de Europa se hayan reunido sin haber podido ni crear una organización eficiente, ni engendrar un solo pensamiento fecundo nuevo, es un hecho sin duda muy deplorable para la burguesía actual, pero ya no nos ha de sorprender, porque nos dimos cuenta de la causa principal de esta esterilidad del y de esta ineficiencia. Pero ¿cómo es posible que esta Liga muy burguesa, como tal, por supuesto compuestas de miembros incomparablemente más ricos y más libres en sus movimientos y sus actos que todos los miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores, cómo es posible que hoy perezca por falta de medios materiales, mientras que los operarios de la Internacional, miserables, oprimidos por una multitud de leyes restrictivas y odiosas, desprovistos de instrucción, esparcimiento y agobiados bajo el peso de un trabajo agotador, han sabido crear en poco tiempo una organización internacional formidable y una gran cantidad de periódicos que expresan sus necesidades, sus aspiraciones, su pensamiento?
Al lado de la bancarrota intelectual y moral debidamente constatada, ¿de dónde proviene además esta bancarrota financiera de la Liga de la Paz y de la Libertad?
[Parte más pequeña] ¡Cómo todos o casi todos los radicales de Suiza, unidos a la Volkspartei de Alemania, a los demócratas garibaldinos de Italia y a la democracia radical de Francia, sin olvidar España y Suecia, representadas, una por el mismo Emilio Castelar, la otra por este excedente coronel que asombró las mentes y conquistó todos los corazones en el último congreso de Berna; cómo estos hombres prácticos, grandes creadores políticos como el señor Haussmann, y como todos los redactores de la Zukunft, altos espíritus como los señores Lemonnier, Gustave Vigt y Barni, atletas como los señores Armand Goegg y Chaudrey, habrían puesto la mano en la creación de la Liga de la Paz y de la Libertad, bendecidos desde lejos por Garibaldi, Quinet y Jacoby de Koenisberg, y, después de arrastrar durante dos años una existencia miserable, esta Liga debe morir hoy por faltarle unos millares de francos! ¡Cómo, incluso el abrazo simbólico y patético de los señores Armand Goegg y Chaudrey, quienes, representantes, uno de la gran patria Germánica, otro de la gran nación [francesa], en pleno congreso, se echaron mutuamente en los brazos gritando ante toda la asistencia atónita: ¡Pax! ¡Pax! ¡Pax! hasta hacer llorar de entusiasmo y enternecimiento al pequeño Theodore Beck, de Berna! ¿Cómo todo esto no pudo apiadar, ablandar los corazones secos de los burgueses de Europa, desatar los cordones de sus bolsas, todo esto sin producir un centavo? [Parte más pequeña]
¿Ya estaría en bancarrota la burguesía? Todavía no. ¿O acaso habría perdido el gusto de la libertad y de la paz? En absoluto. La libertad, la burguesía siempre la sigue amando, por supuesto con una única condición, que esta libertad exista tan sólo para ella, es decir a condición de que ella conserve siempre la libertad de explotar la esclavitud de hecho de las masas populares que por no tener en las condiciones actuales, en cuanto a libertad, más que el derecho sin los medios, permanece forzosamente supeditadas al yugo de los burgueses. En cuanto a la paz, jamás la burguesía sintió tanta necesidad de ella como hoy. La paz armada que aplasta el mundo europeo en la hora actual la inquieta, la paraliza y la arruina.
¿Cómo es posible por tanto que la burguesía, que no está aún en bancarrota, por un lado, y que, del otro, sigue amando la libertad y la paz, no quiera sacrificar un centavo para el mantenimiento de la Liga de la Paz y de la Libertad?
Es porque no tiene fe en esta Liga. ¿Y por qué la burguesía no tiene fe en ella? Porque ya no tiene fe ni en sí misma. Creer, es desear con pasión, y la burguesía tiene perdido, irrevocablemente, el poder de querer. En efecto, ¿qué podría todavía desear razonablemente hoy por hoy, como clase aparte? ¿Acaso no lo tiene todo: riqueza, ciencia y dominio exclusivo? Ella no aprecia demasiado la dictadura militar que la protege algo brutalmente, es verdad, pero ella sí comprende esta necesidad y se resigna por sabiduría, porque sabe muy bien que en el mismo momento en que se quiebre dicha dictadura, lo perderá todo y dejará de existir. ¡Y ustedes le piden, ciudadanos de la Liga, que les dé su dinero y que se sume a ustedes para destruir aquella dictadura saludable! ¡La burguesía no es tan necia! Dotada de una mente más práctica que la de ustedes, ella entiende sus intereses mejor que ustedes.
Ustedes se están esforzando por convencerla enseñándole el abismo hacia el que se deja fatalmente llevar, cuando sigue la vía de la conservación egoísta y brutal. ¿Acaso creen que ella misma no está viendo aquel abismo? Siente tanto como ustedes la aproximación de la catástrofe que ha de engullirla. Pero he aquí el cálculo que hace: “Si mantenemos lo que existe, se dicen los conservadores burgueses, podemos esperar seguir con nuestra existencia actual varios años aún, y morir quizás antes del advenimiento de la catástrofe ¡y tras nosotros venga el diluvio (2) ¡En cambio, si nos dejamos llevar por la vía del radicalismo derribando los poderes actualmente establecidos, mañana pereceremos. Vale mejor pues, conservar lo que existe.”
Los conservadores burgueses comprenden mejor la situación actual que los burgueses radicales. Sin hacerse ninguna ilusión, entienden que entre el sistema burgués que va declinando y el socialismo que debe tomarle el lugar, no hay transacción posible. Por esto todos los espíritus realmente prácticos y todas las bolsas bien llenas de la burguesía se dirigen hacia la reacción, dejando a la Liga de la Paz y de la Libertad los cerebros menos poderosos y las bolsas vacías. De ahí el motivo de cómo esta Liga virtuosa, pero desafortunada, sufre ahora una doble bancarrota.
Si algo puede probar la muerte intelectual, moral y política del radicalismo burgués, es su impotencia actual para crear la menor cosa, impotencia ya tan manifiesta en Francia, Alemania, Italia y que se señala con más brillo que nunca hoy en España. Veamos: hace unos nueve meses la revolución había brotado y triunfado en España. La burguesía tenía si no la potencia, por lo menos todos los medios para adueñarse de ella. ¿Qué hizo? La monarquía y la regencia de Serrano.
(L’Egalité, n° 24, 3 de julio de 1869)
III
Por profundas que sean nuestra antipatía, nuestra desconfianza y nuestro desprecio por la burguesía moderna, existen no obstante en esta clase dos categorías. Una, que por lo menos una parte no desesperamos ver dejarse convertir tarde o temprano por la propaganda socialista, impulsada por la misma fuerza de las cosas y por las necesidades de su actual posición. Otra por un temperamento generoso. Ambas deberán tomar parte sin duda con nosotros en la destrucción de las iniquidades presentes y en la edificación del mundo nuevo.
Queremos hablar de la muy pequeña burguesía y de la juventud de las escuelas y de las universidades. En otro artículo trataremos en particular la cuestión de la pequeña burguesía. Digamos hoy algunas palabras sobre la juventud burguesa.
Los hijos de la burguesía heredan, es verdad, muy a menudo los hábitos exclusivos, los prejuicios estrechos e instintos egoístas de sus padres. Pero mientras permanecen jóvenes, no hay que desesperar por ellos. Está en la juventud una energía, una amplitud de aspiraciones generosas y un instinto natural de justicia, capaces de contrarrestar no pocas influencias dañinas. Corruptos por los ejemplos y los preceptos de los padres, los jóvenes de la burguesía no lo son aún por la práctica real de la vida. Sus propios actos no han creado aun un abismo entre la justicia y ellos mismos, y, en cuanto a las malas tradiciones de sus padres, ellos están en parte alejados de las mismas, por aquel espíritu de contradicción y de protesta naturales que siempre animó las jóvenes generaciones respecto de las generaciones precedentes. La juventud es irrespetuosa, despreciando por instinto la tradición y el principio de la autoridad. Allí están su fuerza y su salvación.
Viene luego la influencia saludable de la enseñanza de las ciencias. Sí, saludable en efecto, pero con la única condición de que la enseñanza no esté falseada y que la ciencia no esté falsificada por un doctrinarismo perverso en provecho de una mentira oficial y de la iniquidad.
Por desgracia hoy en día la enseñanza de la ciencia, en la inmensa mayoría de las escuelas y universidades de Europa, se encuentra precisamente en este estado de falsificación sistemática y premeditada. Se podría creer que éstas fueron establecidas adrede para el envenenamiento intelectual y moral de la juventud burguesa. Son otras tantas tiendas de privilegiados, donde la mentira se vende al por menor y al por mayor.
Sin hablar de la teología, que es la ciencia de la mentira divina, ni de la jurisprudencia, que es la de la mentira humana; sin hablar tampoco de la metafísica o de la filosofía ideal, que es la ciencia de todas la medias mentiras, todas las otras ciencias: historia, filosofía, política, ciencia económica, son esencialmente falsificadas, porque, desprovistas de su base real, la ciencia de la naturaleza, todas se fundan por igual en la teología, la metafísica y la jurisprudencia.
Se puede decir sin exageración que cualquier joven que sale de la universidad, infatuado por estas ciencias o mejor dicho estas medias mentiras sistematizadas que se arrogan el nombre de ciencia, a no ser que algunas extraordinarias circunstancias puedan salvarle, está perdido. Los profesores, aquellos sacerdotes modernos del engaño político y social patentado, le inocularon un veneno tan corrosivo, que se necesitan realmente milagros para que sane. Sale este joven de la universidad como un doctrinario acabado, lleno de respeto por sí mismo y desprecio por la chusma popular, que él está dispuesto a oprimir y explotar sobre todo, en nombre de su superioridad intelectual y moral. Entonces cuánto más joven, más resulta malvado y odioso.
Otra cosa es la facultad de las ciencias exactas y naturales. ¡Éstas son las verdaderas ciencias! Ajenas a la teología y a la metafísica, son hostiles a todas las ficciones y se fundan en exclusiva en el conocimiento exacto, el análisis concienzudo de los hechos y el puro razonamiento, o sea la sensatez de cada uno, ampliada por la experiencia bien combinada de todo el mundo. Tan autoritarias y aristocráticas son las ciencias ideales como democráticas y ampliamente liberales las ciencias naturales. Por esto ¿qué vemos? mientras los jóvenes que estudian las ciencias ideales se arrojan con pasión, casi todos, en el partido del doctrinarismo explotador y reaccionario, quienes estudian las ciencias naturales adoptan con igual pasión el partido de la revolución. Muchos de ellos son sinceros socialistas revolucionarios como nosotros mismos. Éstos son los jóvenes con quienes contamos.
Las manifestaciones del último congreso de Lieja nos hacen esperar que pronto veremos toda esta inteligente y generosa parte de la juventud de las universidades, formando en el mismo seno de la Asociación Internacional de los Trabajadores nuevas secciones. Su ayuda será valiosa, siempre que comprendan que la misión de la ciencia hoy en día ya no es dominar sino servir al trabajo, y ellos tendrán muchas más cosas que aprender entre los trabajadores que las que puedan enseñarles. Si ellos forman una parte de la juventud burguesa, los trabajadores son la juventud actual de la humanidad. Llevan en sí mismos todo un porvenir. Para los acontecimientos que se están preparando, los trabajadores serán pues los hermanos mayores, sus menores los estudiantes burgueses con buena voluntad.
[Parte más pequeña] Pero volvamos a esta pobre Liga de la Paz y de la Libertad. ¿Cómo es posible que en sus congresos la juventud burguesa sólo brille por su ausencia? ¡Ah! Para unos, para los doctrinarios, esta juventud es demasiado avanzada ya, mientras que para la minoría socialista, lo es demasiado poco. Luego viene la gran masa de los estudiantes, la mayoría, son jóvenes sumidos en la nulidad e indiferentes a todo lo que no es zafio esparcimiento de hoy o el lucrativo empleo de mañana. Éstos ignoran hasta la misma existencia de laLiga de la Paz y de la Libertad.[Parte más pequeña]
Cuando Lincoln fue elegido presidente de los Estados Unidos, el difunto coronel Douglas, en aquel entonces uno de los principales jefes del partido derrotado, exclamó: “¡Perdió nuestro partido, la juventud ya no está con nosotros!” ¡Vaya! Pues esta pobre Liga nunca tuvo juventud, nació vieja y morirá sin haber vivido.
Será igualmente la suerte de todo el partido de la burguesía radical en Europa. Su existencia sólo fue un hermoso ensueño. Soñó durante la Restauración y la monarquía de Julio (3). En 1848 (4), por haberse mostrado incapaz de constituir algo real, tuvo una caída deplorable, y el sentimiento de su incapacidad e impotencia la empujó hasta la reacción. Después de 1848, tuvo la desgracia de sobrevivirse. ¡Y sigue soñando! Pero ya no es un sueño de porvenir, es el sueño retrospectivo de un anciano que nunca vivió de verdad; y mientras él se empeña en soñar pesadamente, siente en torno suyo cómo el mundo nuevo se está agitando, cómo el poder del futuro va naciendo. El poder y el mundo de los trabajadores.
El ruido que ellos están haciendo por fin le despertó a medias. Tras haberles desconocido por mucho tiempo, renegado, por fin ha conseguido reconocer la fuerza real que está en ellos. Los ve llenos de esta vida que siempre le faltó y, queriendo salvarse identificándose a ellos, se esfuerza por transformarse hoy en día. Ya no se denomina democracia radical sino socialismo burgués. Bajo este nuevo nombre, existe sólo desde hace un año. Veremos en un próximo artículo lo que realizó en este año.
(L’Egalité, N° 25, 10 de julio de 1869)
IV
Nuestros lectores se podrían preguntar por qué nos preocupamos de la Liga de la Paz y de la Libertad, puesto que la consideramos como una moribunda cuyos días están contados, ¿por qué no la dejamos morir despacio?, como conviene a una persona que ya no tiene nada que hacer en este mundo. ¡Ah! No pediríamos otra cosa que dejarla acabar sus días con tranquilidad, sin hablar de ella en absoluto, si ella no nos amenazara con regalarnos, antes de morir, un heredero poco ameno que se llama el socialismo burgués.
Pero por desagradable que sea, ni siquiera nos preocuparíamos de este hijo espurio de la burguesía, si sólo se diera como misión convertir a los burgueses al socialismo, y sin tener la menor confianza en el éxito de sus esfuerzos, incluso podríamos admirar esta generosa intención, de no perseguir al mismo tiempo un objetivo del todo opuesto y que nos parece sobradamente inmoral: el de hacer penetrar en la clase obrera las teorías burguesas.
El socialismo burgués, como una especie de ser híbrido, se ha colocado entre dos mundos ya irreconciliables: el mundo burgués y el mundo obrero. Y su acción equívoca y deletérea acelera, es verdad, de un lado, la muerte de la burguesía, pero al mismo tiempo, del otro, está corrompiendo en su nacimiento al proletariado. Y lo corrompe por partida doble: primero menguando y desvirtuando su principio, su programa; luego, infundiéndole esperanzas imposibles, acompañadas por una fe ridícula en la próxima conversión de los burgueses, y esforzándose por atraer al proletariado para que tenga el papel de herramienta en la política burguesa.
En cuanto al principio que profesa, el socialismo burgués se encuentra en una postura tan incómoda como ridícula: demasiado amplio o demasiado depravado para atenerse a un único principio bien determinado, pretende casarse con dos a la vez, dos principios con uno que excluye absolutamente al otro, y tiene la singular pretensión de reconciliarlos. Por ejemplo, quiere conservar para los burgueses la propiedad individual del capital y de la tierra, anunciando al mismo tiempo la resolución generosa de asegurar el bienestar del trabajador. Hasta le promete más: el disfrute íntegro de los frutos de su trabajo, lo que sólo se realizará cuando el capital ya no cobre más intereses y la propiedad de la tierra ya no produzca más renta, puesto que el interés y la renta sólo proceden de los frutos del trabajo.
Asimismo, quiere conservar para los burgueses su libertad actual, que no es otra cosa que la facultad de explotar, gracias a la potencia que les dan el capital de la propiedad, el trabajo de los operarios, prometiéndoles al mismo tiempo a estos últimos la más completa igualdad económica y social : ¡la igualdad de los explotados con sus explotadores!
El socialismo burgués mantiene el derecho de herencia, o sea la facultad para los hijos de los ricos de nacer en la riqueza, y para los hijos de los pobres de nacer en la miseria; prometiendo a todos los niños la igualdad de educación e instrucción que pide la justicia.
Y mantiene, a favor de los burgueses, la desigualdad de las condiciones, consecuencia natural del derecho de herencia; y promete a los proletarios que, en este sistema, todos trabajarán por igual, sin otra diferencia que la que sea determinada por las capacidades e inclinaciones naturales de cada uno; lo que sólo sería posible con dos condiciones, ambas igualmente absurdas. La primera, el Estado, cuyo poder los socialistas burgueses aborrecen tanto como nosotros, obliga a los hijos de los ricos a que trabajen del mismo modo que los hijos de los pobres, lo que nos conduciría directamente al comunismo despótico estatal. La segunda, todos los hijos de los ricos, empujados por un milagro de abnegación y por una determinación generosa, se ponen a trabajar libremente, sin la obligación de la necesidad, tanto y de la misma manera que cuantos lo tengan que hacer por su miseria, por el hambre. Y todavía, incluso en este supuesto, fundándonos en esta ley psicológica y sociológica natural que hace que dos actos motivados por causas diferentes nunca pueden ser iguales, podemos predecir con certeza que el trabajador forzado sería necesariamente el inferior, el dependiente y el esclavo del trabajador por la gracia de su voluntad.
El socialista burgués se reconoce sobre todo por una señal, es un individualista rabioso, siente un furor concentrado todas las veces que oye hablar de propiedad colectiva. Enemigos de ésta, lo es naturalmente también del trabajo colectivo, y, no pudiendo eliminarlo totalmente del programa socialista, en nombre de aquella libertad que tan mal comprende, pretende dar un lugar muy amplio al trabajo individual.
¿Pero qué es el trabajo individual? En todas las obras en las que participan de inmediato la fuerza y la habilidad corporal del hombre, o sea en cuanto se denomina la producción material, resalta la impotencia del trabajo aislado de un hombre solo, por poderoso y hábil que sea, por no tener nunca bastante fuerza como para luchar contra el trabajo colectivo de muchos hombres asociados y bien organizados. Lo que en la industria se llama actualmente trabajo individual no es sino la explotación del trabajo colectivo de los obreros por unos individuos, detentadores privilegiados sea del capital, sea de la ciencia. Pero en cuanto deje de existir esa explotación – y los burgueses socialistas aseguran por lo menos que quieren este fin, tanto como nosotros – ya no podrá haber en la industria otro trabajo que el trabajo colectivo, ni por tanto tampoco otra propiedad que la propiedad colectiva.
El trabajo individual ya no será pues posible sino en la producción intelectual, en las obras del espíritu. ¡Y aún! ¿Acaso el espíritu del mayor genio de la tierra no es siempre el producto del trabajo colectivo, intelectual tanto como industrial, de todas las generaciones pasadas y presentes? Para convencerse de ello, imaginemos al mismo genio, trasladado desde su más tierna infancia a una isla desierta. Suponiendo que no se muera de hambre, ¿qué será de él? Un animal, un zafio que ni siquiera sabría pronunciar una palabra y que por consiguiente nunca habría pensado. Trasladémosle a la edad de diez años, ¿qué será unos años más tarde? Un bruto otra vez, que habrá perdido el hábito de la palabra y que sólo habrá conservado de su humanidad pasada un vago instinto. Trasladémosle por fin a la edad de veinte años, treinta años, tras diez, quince, veinte años de distancia, se volverá estúpido. ¡Quizás inventará alguna nueva religión!
¿Qué prueba esto? Ello demuestra que el hombre más dotado por la naturaleza sólo recibe de ésta unas facultades, pero que dichas facultades permanecen muertas, si no están fertilizadas por la acción benefactora y poderosa de la colectividad. Diremos más: cuanto más aventajado está un ser humano por la naturaleza, más toma de la colectividad; de ahí resulta que debe devolverle más, con justicia.
Sin embargo, reconocemos de buen grado que si bien gran parte de las obras intelectuales puede realizarse mejor y más de prisa colectivamente que individualmente, otras exigen una labor aislada. ¿Pero qué pretendemos concluir con esto? ¿Acaso las obras aisladas del genio o del talento, por ser más escasas, valiosas y más útiles que la de los trabajadores ordinarios, deben retribuirse mejor que las de éstos? ¿Y sobre qué base, por favor? ¿Acaso estas obras son más penosas que las obras manuales? Al contrario, éstas son sin comparación más penosas. El trabajo intelectual es un trabajo atractivo que lleva su premio en sí mismo, y no necesita otra retribución. Encuentra otra aún en la estima y en el reconocimiento de los contemporáneos, en la luz que les aporta y en el bien que les proporciona. A ustedes que tan poderosamente cultivan el ideal, señores socialistas burgueses, ¿no les parece que este galardón vale tanto como otro, o prefieren una remuneración más sólida en dinero muy sonante?
Por otra parte, tendrían muchas dificultades si tuvieran que establecer el índice de los productos intelectuales del genio. Son, como Proudhon lo observó muy bien, valores inconmensurables: no cuestan nada, o cuestan millones… ¿Pero entienden ustedes que con este sistema, tendrán que apresurarse por abolir cuanto antes el derecho de herencia? Porque tendrán los hijos de los hombres con genio o de gran talento que, de lo contrario, heredarán de millones o centenas de miles francos. Y hay que agregar que estos jóvenes, ya sea por el efecto de una ley natural todavía desconocida, ya sea por el efecto de la posición privilegiada que les brindó la obra de sus padres, suelen ser por lo común gente con mente muy ordinaria y a menudo incluso personas muy tontas. Y entonces ¿qué será de esta justicia distributiva de que les gusta tanto hablar, y en nombre de la cual nos están combatiendo? ¿Cómo se llevará a cabo esta igualdad que nos prometen?
Nos parece evidente con todo ello que las obras aisladas de la inteligencia individual, todas las obras del espíritu, en tanto que invención, no en tanto que aplicación, deben ser obras gratuitas. ¿Pero entonces de que vivirán los hombres de talento, los hombres de genio? ¡Por Dios! Vivirán de su trabajo manual y colectivo como los demás. ¡Cómo! ¿Usted quiere obligar las grandes inteligencias a un trabajo manual, al igual que las inteligencias más inferiores?
Sí, lo queremos, y por dos motivos. El primero, es que estamos convencidos que las grandes inteligencias, lejos de perder algo, ganarán al contrario mucho en salud de cuerpo y en vigor de mente, y sobre todo en espíritu de solidaridad y de justicia. El segundo, es que es el único medio de levantar y humanizar el trabajo manual, estableciendo con eso mismo una igualdad real entre los hombres.
(L’Egalité, n° 26, 17 de julio de 1869)
V
Vamos a considerar ahora los grandes medios recomendados por el socialismo burgués parar la emancipación de la clase obrera, y nos será fácil probar que cada uno de estos medios, bajo una apariencia muy respetable, oculta una imposibilidad, una hipocresía, una mentira. Son tres: 1) la instrucción popular, 2) la cooperación y 3) la revolución política.
Vamos a examinar hoy lo que entienden por instrucción popular. Primero declaramos que en un punto estamos perfectamente de acuerdo con ellos: la instrucción es necesaria al pueblo. Quienes quieren eternizar la esclavitud de las masas populares sólo pueden negarlo o dudar de esto en la actualidad. Tanto estamos convencidos que la instrucción es la medida del grado de libertad, de prosperidad y de humanidad que una clase tanto como un individuo puede alcanzar, que pedimos para el proletariado no sólo instrucción, sino toda la instrucción, la instrucción integral y completa, de modo que ya no pueda existir encima de él, para protegerle o para dirigirle, es decir para explotarle, ninguna clase superior por la ciencia, ninguna aristocracia de la inteligencia.
Según nosotros, entre todas las aristocracias que oprimieron cada una a su turno y algunas veces juntas a la sociedad humana, ésta sedicente aristocracia de la inteligencia es la más odiosa, la más despreciable, la más prepotente y la más opresora. La aristocracia nobiliaria le dice a uno: “Usted es una amable persona, ¡pero no nació noble!” Es un desaire que aún se puede soportar. La aristocracia de capital le reconoce no pocos méritos, pero, agrega: “¡Usted no tiene un real!” También es soportable, porque en el fondo tan sólo es la constatación de un hecho, que en la mayoría de los casos incluso termina, como el primero, como ventaja para quien recibe el reproche. Pero la aristocracia de la inteligencia dice: “Usted no sabe nada, no comprende nada, es un burro, y yo, hombre inteligente, le debo poner la albarda para conducirle”. Es intolerable.
La aristocracia de la inteligencia, este niño mimado del doctrinarismo moderno, este último refugio del espíritu de dominación, que desde el comienzo de la historia afligió al mundo, constituyó y sancionó todos los Estados. Aquel culto presumido y ridículo de la inteligencia patentada, no pudo nacer sino en el seno de la burguesía. La aristocracia nobiliaria no necesitó de la ciencia para probar su derecho. Había apoyado su potencia con dos argumentos irresistibles, dándole por base la violencia, la fuerza de su brazo, y como sanción, la gracia de dios. Ella violaba y la Iglesia bendecía, tal era la índole de su derecho. Aquella íntima unión de la mentalidad triunfadora con la sanción divina le daba un gran prestigio, y producía en ella una suerte de virtud caballeresca que conquistaba todos los corazones.
La burguesía, desprovista de todas esas virtudes y gracias, sólo tiene para fundar su derecho un único argumento: la potencia muy real y muy prosaica del dinero. Es la negación cínica de todas las virtudes: si tienes dinero, por canalla o necio animal que seas, tú posees todos los derechos; si no tienes un centavo, por muchos méritos personales que tengas, no vales nada. Este es en su ruda franqueza el principio fundamental de la burguesía. Se comprende que tal argumento, por poderoso que sea, no podría bastar para el establecimiento y sobre todo la vertebración de la potencia burguesa. Así está hecha la sociedad humana que las peores cosas sólo pueden afianzarse con la ayuda de una apariencia respetable. De ahí el refrán de que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Las brutalidades más poderosas necesitan una sanción.
Hemos visto que la nobleza puso todos sus desmanes bajo la protección de la gracia divina. La burguesía no podía acudir a aquella protección. Primero porque dios y su representante la Iglesia se habían comprometido demasiado protegiendo en exclusividad, durante siglos, a la monarquía y a la aristocracia nobiliaria, esta enemiga mortal de la burguesía. Y luego porque ésta, por mucho que diga y haga, en el fondo de su alma, es atea. La burguesía habla de dios para el pueblo, pero no lo necesita para sí misma. Nunca está haciendo negocios en los templos dedicados al Señor, sino en los de Mamón (5) o sea la bolsa, los emporios de comercio, bancos y grandes establecimientos industriales. Necesitaba pues buscar una sanción fuera de la Iglesia y de dios. La burguesía la encontró en la inteligente patentada.
La burguesía sabe muy bien que la base principal, y se podría decir única de su potencia política actual, es su propia riqueza. Pero no queriendo ni pudiendo confesarlo, ella trata de explicar aquel poder por la superioridad de su inteligencia, no natural sino científica. Para gobernar los hombres, pretende ella, hay que saber mucho, y sólo ella sabe hoy en día. Es un hecho que en todos los Estados de Europa, la burguesía, incluida la nobleza que ya no existe ahora sino de nombre, únicamente la clase explotadora y dominadora recibe una educación más o menos seria. Además, se desprende de su seno una suerte de clase separada y por supuesto, menos numerosa de hombres, que se dedican exclusivamente al estudio de los mayores problemas de la filosofía, de la ciencia social, de la política y que constituyen realmente la aristocracia nueva, la de la inteligencia patentada y privilegiada. Es la quintaesencia y la expresión científica del espíritu y de los intereses burgueses.
Las universidades modernas europeas que forman un tipo de repúblicas científicas, prestan en la actualidad los mismos servicios que la iglesia católica dio antes a la aristocracia nobiliaria. Y así como el catolicismo sancionó en su época todas las violencias de la nobleza contra el pueblo, al igual la universidad, aquella iglesia de la ciencia burguesa, explica y legítima hoy día la explotación de este mismo pueblo por el capital burgués. ¿Acaso es asombroso después de esto que en la gran lucha del socialismo contra la economía burguesa, la ciencia patentada moderna haya tomado y continúe tomando tan resueltamente el partido de los burgueses?
No acometamos los efectos, ataquemos siempre las causas: siendo la ciencia de las escuelas un producto del espíritu burgués, habiendo nacido, sido criados e instruidos los representantes de esta ciencia, en el medio burgués y bajo la influencia de su mentalidad y de sus intereses exclusivos, una como otros son contrarios por naturaleza a la emancipación integral y real del proletariado, y todas sus teorías económicas, filosóficas, políticas y sociales fueron sucesivamente elaboradas en este sentido. Éstas en el fondo no tienen otra finalidad que demostrar la incapacidad definitiva de las masas operarias, y por consiguiente también la misión de la burguesía, que es instruir porque es rica y que siempre puede enriquecerse más poseyendo la instrucción como para gobernarlas hasta el fin de los siglos.
Para romper aquel círculo fatal ¿qué debemos aconsejar al mundo obrero? Desde luego es instruirse y apoderarse de esta arma tan poderosa de la ciencia, sin la cual él podría muy bien llevar a cabo revoluciones, pero que nunca lograría establecer, sobre las ruinas de los privilegios burgueses, aquella igualdad, aquella justicia y libertad que constituyen los mismos cimientos de todas sus aspiraciones políticas y sociales. Este es el punto en que coincidimos con los socialistas burgueses.
Pero he aquí otros dos muy importantes en que diferimos totalmente de ellos.
Primero. Los socialistas burgueses sólo piden para los obreros un poco más de la instrucción que ya reciben en la actualidad, y conservan los privilegios de la instrucción superior únicamente para un grupo muy limitado de hombres felices, digamos sencillamente: hombres procedentes de la clase de los propietarios, de la burguesía, o personas que por un azar afortunado fueron adoptadas y recibidas en el seno de esta clase. Los socialistas burgueses pretenden que es inútil que todos reciban el mismo grado de instrucción, porque si todos quisieran dedicarse a las ciencias, no quedaría ya nadie para el trabajo manual, sin el cual la ciencia misma no podría existir.
Segundo. Ellos afirman por otro lado que para emancipar las masas obreras, hay que empezar primero por darles la instrucción, y antes de que se vuelvan más instruidas, no deben pensar en un cambio radical en su posición económica y social.
Volveremos a estudiar estos dos puntos en un próximo número (6).
(Ginebra, L’Egalité, n° 27, 24 de julio de 1869)
Miguel Bakunin.
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(Traducción de Frank Mintz; corrección estilística de Maria Esther Tello y Frank Mintz)
Notas.
1) “implica y produce necesariamente la desigualdad” – literalmente el texto dice “igualdad” lo que resulta absurdo, de ahí la correccion introducida -, (NDT).
2) Fórmula atribuida al rey francés Luis XV que al evocar la quiebra financiera del país exclamó “Después de mí, que venga el diluvio” (NDT).
3) Restauración: regreso del régimen monárquico en Francia después de la derrota de Napoleón I en 1815 y aplicación de una politica de retorno al periodo de antes de la Revolución, que fue derribada por una revuelta popular en 1830. La monarquía de Julio se esforzó por incorporar parte de las reformas de 1789 a favor de la burguesía (NDT).
4) 1848: gran parte de la burguesía y de los obreros se opusieron a la monarquía de Julio, su unión terminó a los pocos meses en un enfrentamiento de clase con una fuerte represión del movimiento obrero, con decenas de miles de muertos y detenidos (NDT).
5) Mamón, en la Biblia, símbolo de la obsesión por el dinero (NDT).
6) La continuación es la serie de artículos agrupados bajo el título de La Instrucción integral en esta página web (NDT).

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